martes, 7 de agosto de 2007

Calas abiertas todo el año

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Entre pitas y chumberas, el Cabo de Gata garantiza un microclima atractivo en casi cualquier época del año

Como una perversión más del progreso actual, dicen que ya se puede bajar desde la Costa Brava a la Costa del Sol sin salir de la misma calle. Lejos queda ya lo de atravesar la Península Ibérica de rama en rama. Las ardillas del pasado hoy van motorizadas. Sin embargo, a medio camino entre ambos puntos cardinales, un irreductible territorio lucha por mantener a flote su condición de singularidad. ¿Irreductible? Casos como los del hotel de la playa del Algarrobico, además de otros síntomas preocupantes, como el de la proliferación de grúas en la línea de un horizonte troquelado de pitas y chumberas, se empeñan en librar un pulso con la esencia del Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar.


Declarado por la UNESCO Reserva de la Biosfera, es el único parque natural de España situado al borde del mar. Su vasto espacio altamente despoblado garantiza un microclima atractivo en casi cualquier época del año, aunque parte de su gancho radica en no haber absorbido todavía la marea del turismo masivo, ni del dominguero cañí, ni del guiri colonizador. Eso sí, más de un francés y más de un británico ya regentan prósperos negocios tras haber querido ser adoptados por el reducto almeriense.

No esperen grandes complejos hoteleros primados por la máxima del todo incluido. Aquí se lleva el alojamiento con encanto, el cortijo perfectamente encalado y la atención cercana y familiar. También vale el camping y hasta el vivac, la furgoneta destartalada y la caravana multifuncional, pilotada por jóvenes rastas, amantes del nudismo y de determinadas sustancias naturales.

Bahías íntimas y calas coquetas

Paraíso del buceo, el litoral que va desde Cala Raja, al pie casi del faro de cabo de Gata, hasta la playa de Los Muertos, antes de llegar a Carboneras, ofrece escenarios playeros para todos los gustos: calas coquetas de roca pulida y agua cristalina, ensenadas de arena blanca, escondites de acceso intrincado, playas de estampa caribeña, fondeaderos íntimos y pequeñas bahías custodiadas por baluartes defensivos a medio derruir, en recuerdo de las escaramuzas piratas de siglos pasados.

Localizaciones tan pintorescas como las del Cortijo del Fraile, que sirvió de inspiración a Federico García Lorca para sus Bodas de Sangre, o como las que sirvieron de plató a los míticos spaghetti westerns de Sergio Leone, o como la de la célebre playa de Monsul, aquella en la que Sean Connery, padre del talludito Indy, espanta con su paraguas a un grupo de gaviotas para estrellar un avión nazi. O como la que protagoniza el pueblecito interior de Rodalquilar, con su extinta mina de oro presidiendo el valle.

Son sólo algunas anécdotas que identifican a este desierto de sierra volcánica con la imagen de un destino siempre sorprendente.

Cinco calas

Playa de Los Muertos. Referencia inequívoca de la práctica del nudismo, entre Carboneras y Agua Amarga, a esta hermosa extensión de gravilla blanca y orilla transparente se accede tras salvar diez minutos de caminata desde el aparcamiento. El contraste es evidente: a la izquierda se divisa la desaladora y la cementera de Carboneras; en el extremo derecho de la playa, el cabo de Mesa Roldán se anticipa por la caprichosa silueta de una inmensa roca que resguarda el rincón más solicitado.

Los Genoveses y Monsul. Casi en la punta opuesta del parque natural, más allá de San José por una carretera lisa pero sin asfaltar, las otras dos grandes playas de este litoral. Si Genoveses destaca por su vasta extensión -menos concurrida la zona de eucaliptos, al otro lado del Morrón de los Genoveses-, Monsul ofrece la postal más típica del Cabo de Gata. El arenal blanco se rodea de cortados basálticos, en constante movimiento provocado por su ondulante duna viva. Como caído del cielo, un gigantesco pedrusco volcánico divide la playa en dos. Bordeando uno de sus extremos, se accede sin problemas a El Barronal y cala de los Amarillos.

Cala del Plomo. De camino a Las Negras desde Agua Amarga, un desvío a mano izquierda comparte destino. La primera parada, el hotelito La Almendra y el Gitano. Cinco kilómetros más tarde, a través del desierto por una pista llena de pedruscos y socavones, entre vegas y cortijos en ruinas, una playa virgen de arena y piedras recompensa el trayecto. Desde cala del Plomo, los más avezados sortean un trecho de unos tres kilómetros hasta acceder a cala de Enmedio, aún más tranquila.

Cala San Pedro. Uno de los destinos clave de los hippies locales. Playa nudista por excelencia, mantiene todo su encanto paisajístico, rodeado de palmeras, escombros defensivos del siglo XVI y XVIII y hasta de un manantial de agua dulce. Sin embargo, no es tan solitaria como antaño. Aunque hay que afrontar una travesía de varios kilómetros por su agreste entorno, se ha convertido en habitual excursión en barca desde Las Negras. La acampada libre es frecuente.

Cala Higuera. Bien señalizada y de fácil acceso, por una pista sin asfaltar desde la entrada a San José. Cala de grava oscura, su principal atractivo es el submarinismo, con la cueva del Tabaco como reclamo.

Más información en
http://www.elpais.com/articulo/viajero/Calas/abiertas/todo/ano/elppor/20070807elpepuvia_1/Tes

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