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El desarrollo también genera desigualdades, tal es la lección que nos da Demócrito al hablar en Los caudillos y su sombra de la suerte corrida por el balneario de Cuyutlán a consecuencia del progreso de Manzanillo como destino turístico.
Cuando el puerto de altura estaba separado del centro del Estado por una laguna navegable, Cuyutlán era el embarcadero para cruzar a vela el vaso. Pero, desde tiempos coloniales, ya tenía su propia vida por la explotación de las salinas.
Fue el ferrocarril, construido durante la dictadura de Porfirio Díaz, lo que propició el surgimiento de Cuyutlán como el centro vacacional favorito de las familias tapatías e incluso, de muchas personas del bajío.
Las fotografías de la época muestran, como bien dice Demócrito, a los huéspedes del Hotel Ceballos o los asistentes de los bailes en la terraza Siete Mares, elegantemente ataviados como se hubiera esperado ver a los turistas de cualquier destino de playa en la Riviera Francesa, en Atlantic City o en Tampa, lugares que estaban de moda en los años veinte y treinta.
La solución, apunta Demócrito, no es trasladar a Cuyutlán de la jurisdicción municipal de Armería a la de Manzanillo, como pidieron en días pasados los vecinos de esa localidad, sino aceptar con madurez que, como destino turístico, este balneario “es estacional y florece sólo en Semana Santa” y durante la última semana de diciembre.
“Es conocido que la mayor parte del tiempo la principal actividad económica en Cuyutlán se daba durante el tiempo de la zafra de los salineros, pero ésta también abarca apenas unos cuantos meses y no tiene nada que ver con el turismo”.
A este respecto, hay que anotar que la producción salinera –al menos en la tradición artesanal– está en crisis y habrá que redefinirla técnicamente en función del impacto ecológico que tendrá la apertura de un puerto interior en el vaso II de la laguna.
Además de ser una playa en mar abierto, de alta peligrosidad, “el problema principal de Cuyutlán son las condiciones del medio ambiente. La proliferación de mosquitos es un problema permanente de casi imposible erradicación, subsanar esta situación sólo puede lograrse mediante el cambio radical de las condiciones naturales, algo casi imposible”, concluye Demócrito.
E inconveniente, además, porque en la preservación de ese ecosistema donde los mosquitos ocupan un nicho, estriba una de las alternativas de desarrollo económico para Cuyutlán: el turismo de aventura en torno a esa maravilla natural que es el estero Palo Verde.
Cuando en abril pasado, el Gobierno del Estado dio a conocer como parte del proyecto de gran visión denominado Colima 2030 la construcción de un nuevo aeropuerto en las inmediaciones de Cuyutlán, los habitantes de ese balneario se ilusionaron. En realidad, nunca se habló de rescatar a la localidad armeritense sino de detonar los proyectos de gran turismo en la costa norte del Estado, frenados por las operaciones del aeropuerto de Playa de Oro.
En ese momento, citando información del periódico Ecos de la Costa del martes 24 de abril de 2007, la página web jaliscomexico.com.mx hablaba de que el aeropuerto de Manzanillo (que también da servicio a Barra de Navidad) “está a punto de concluir su vida útil y que el puerto aéreo de Buenavista, eventualmente, podría convertirse en un aeropuerto de carga para el servicio de un puerto seco que se ubicaría en la parte norte del Estado”.
“En palabras del gobernador Silverio Cavazos Ceballos, los expertos en turismo junto con las líneas aéreas que vuelan al Estado observan que, los dos aeropuertos actualmente en uso, generan una competencia interna que no le permite a la entidad promover más vuelos porque el territorio está dividido. Por ello, pensaron en la posibilidad de un aeropuerto geocéntrico”.
“Y si bien, en algún momento, el secretario de Desarrollo Urbano habló de ubicar el tercer aeropuerto cerca de la laguna de Alcuzahue, en el municipio de Tecomán, Cavazos Ceballos comentó que entre Cuyutlán y Armería pudiera haber un espacio adecuado a los requerimientos del Gobierno Federal”.
Sin embargo, termina el artículo, “captar más vuelos o terminar la excusa que ponen algunas líneas aéreas para no volar al estado de Colima tal vez no sea una razón de peso para convencer a Comunicaciones y Transportes de mover el aeropuerto de Playa de Oro a Cuyutlán”. Y, en efecto, la idea no ha prosperado.
Se me ocurre que una manera de reactivar un destino de playa con las características de rusticidad (falta de servicios), peligrosidad y estacionalidad (que sólo es visitada en temporada alta) que tiene Cuyutlán, es seguir el ejemplo de Oaxaca.
Antes que Fonatur desarrollara el complejo hotelero de Huatulco, los hippies y surfistas extranjeros, con la anuencia de los pescadores ribereños de Zipolite y Puerto Escondido, encontraron la verdadera vocación para sus apartadas playas: el nudismo.
Tener la primera playa pública nudista en esta parte del Pacífico mexicano atraería a los turistas tapatíos y del bajío que ya se olvidaron de Cuyutlán. Implicaría, en todo caso, reponer el paraíso nudista que muchos vacacionistas encontraron desde hace años en la misma playa de oro que ahora está en la mira de los grandes desarrolladores hoteleros.
Más información en
http://www.ecosdelacosta.com.mx/index.php?seccion=15&id=23855&encabezado=Estaci%C3%B3n%20Sufragio
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