viernes, 11 de mayo de 2007

Lady Godiva

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En el Zócalo, centro neurálgico de la ciudad de México, teniendo al majestuoso Palacio de los Virreyes al centro, la Catedral a un costado y al otro la sede del Gobierno del Distrito Federal, fue el lugar de reunión de 19 mil personas que se desnudaron completamente, dicen, como Dios las trajo al mundo. Para ello, hombres y mujeres, debieron mostrarse sin sus vestiduras habituales.

La pareja en un principio usaba una simple hoja de parra que lo hacían a partir de que, a incitación de Eva, probaron del árbol de la ciencia, lo cual tenían prohibido, siendo lanzados fuera del paraíso, colaborando estrechamente para ello la malvada víbora, recibiendo desde ese entonces la bíblica sentencia de tener Adán que ganar los alimentos con el sudor de su frente en tanto la mujer pariría con dolor. No se sabe a partir de cuándo, sólo cabe especular, empezaron a vestirse primero para luchar contra los elementos climáticos después para cubrir pudorosamente sus cuerpos, lo que provocó que se acentuara el libido de los varones. En civilizaciones que bordean el principio de los siglos andaban sin nada encima o apenas con un taparrabos cubriendo a lo que entonces se denominaba sus vergüenzas. Al transcurrir de los años las naciones que avanzaron culturalmente se dieron a la tarea de inventar las modas que a la fecha constituyen una industria millonaria. El pudor, natural o adquirido, era lo decoroso, decente, digno y respetable.

A partir de que se inventaron las telas, las agujas y las tijeras, las mujeres cuidaban su honor, su dignidad, su decencia, su orgullo y su estima. En las damas el atuendo consistía en ropaje que, hacía arriba, cubría hasta el cuello y hacia abajo, con holgadas faldas arropaba hasta el huesito. Cuántos suspiros despertaba en currutacos, lechuguinos y petimetres de aquellos tiempos el mirar cómo al subir a un carruaje se descubría apenas, al alzarse la falda, unos pocos centímetros, volteando las caballeros discreta e instintivamente a saciar el vouyerismo que por naturaleza los hombres llevamos dentro. Todo eso ¡cataplum!, a poco caminar de la humanidad estamos volviendo al pasado. Se acabó el recato para caer en la más absoluta de las desinhibiciones. Aunque todavía se busca cubrir, a falta de ropa, las apariencias. La excusa para aparecer en pleno centro social sería que otros lo hacen igual tratándose de sociedades más avanzadas que la nuestra. Gente corriendo, a plena luz del día en una plancha de concreto sobre la cual se recostarían en posición fetal para posar ante la lente indiscreta del fotógrafo, considerado como un artista excelso, por dos ocasiones, en la fría madrugada del domingo en la explanada del Zócalo y posteriormente sólo con un grupo de 50 mujeres maquilladas y peinadas en semejanza a la pintora Frida Kalho, cuya casa museo sirvió de trasfondo. Ah, peinadas con trenzas recogidas por encima del cráneo y cejas formando un solo tejadillo, por encima de la nariz, igualitas que la esposa del genial pintor Diego de Rivera
Esto ha sido calificado de evento cultural. Las fotografías consideradas artísticas. Lo que descompuso un tanto el espectáculo fue la protesta de chicas que al buscar su impedimenta se encontraron con hombres ya totalmente vestidos, participantes en la demostración, que obviamente las miraban con ojos que estimaron maliciosos, atrevidos, propios de disolutos. Esta actitud de molestia nos da la pauta para encontrarle explicación a lo que no es otra cosa que una multitudinaria reclamo contra el orden creado. No es que todas las ahí presentes hayan llegado a la permanente desfachatez, pues siguieron conservando su decoro cuando, unas pocas que recogían sus ropas, se percataron de que seres humanos, con los que minutos antes habían compartido momentos de verse libres de los convencionalismos sociales, las miraban descaradamente cayendo en cuenta que había pasado el total deshabillé callejero por lo que volvieron a sus habituales prejuicios, quejándose de la intromisión. De lo cual se puede concluir que el entusiasmo se genera en conjunto cuando muchos cuerpos son iguales al de otros, sin tabúes, viviendo en una absoluta libertad de expresión.

La sociedad medieval (Siglo V al Siglo XV) con respeto, lealtad y afecto no quiso en el año 1040 apenar a Lady Godiva viéndola pasear desnuda por las angostas calles de Coventry, Inglaterra, montada en un blanco corcel, dado que como esposa del duque Leofric no podía hacer otra cosa que exponerse al ludibrio público pidiendo se abolieran excesivos tributos que mermaban la calidad de vida de su pueblo. Todos los habitantes se pusieron de acuerdo para cerrar ventanas y puertas para no apenarla Se veía imponente, con los pechos cubiertos con sus largos cabellos, en actitud rebelde. No creo que de entonces a acá nos hayamos vuelto puritanos, moralistas o mojigatos, ni que la perturbadora presencia del sexo femenino nos haya traído de golpe y porrazo la celebridad de la que queremos gozar los mexicanos ante el mundo. Eso me lleva de la mano a considerar que la demostración no era de rebeldía, ni de protesta, sino simple y sencillamente de una imitación al extravío de otros pueblos, un remedo de lo que las noticias nos traen de un mundo globalizado, quizá sea tan sólo el deseo de salir de la diaria rutina, del perpetuo aburrimiento o, a lo mejor, por el secreto deseo de buscar la inmortalidad en una vida de desenfreno que tiende a acortarse. O al igual que los antiguos griegos, en lo que se llama una catarsis, ¿se buscaba dejar libres sentimientos de purificación o liberación suscitado por alguna vivencia, encauzada por una obra de arte realizada con los cuerpos desnudos? El aparecer sin remilgos en un espectáculo de nudismo no nos hace mejores ni peores que las mujeres que han servido para que el originario de Nueva Cork, Spencer Tunick, consiga fama y prestigio. Si usted ve tantos cuerpos desnudos, que perdieron su identidad, a querer o no, recordará los campos de concentración de exterminio nazis, en lo que se llamó el holocausto. ¿Pero qué es este fenómeno social que no acabo de explicarme en toda su proporción y consecuencias? En fin, podemos decir ufanos que no somos otra cosa que un rebaño humano, animales pensantes, que participan en una singular experiencia. La pregunta, una vez terminado el audaz vivaqueo humano, es: ¿qué vendrá después?

Más información en
http://www.elsiglodedurango.com.mx/archivo/129137.lady-godiva.siglo

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